miércoles, 9 de noviembre de 2050

Sí. Empiezan las divagaciones.





Sí. Me abrió los ojos. No sé por qué. Fueron esos últimos años. Pasaba algo. Nunca dijo nada a nadie. No quería ver sufrir a nadie. Nunca le gustaron los gritos, era callado, muy callado. A los dieciocho años me llevé su coche. Nunca lo olvidaré. -¡Que sea la primera y última vez que haces esto! Yo no pude dormir ese día. Quizás si me hubiera pegado o regañado me hubiera sentido mejor. Pero no fue así. No hubo violencia, solo palabras.

Me enteré aquel día que fui con él al médico. Sabíamos que pasaba algo, su cuerpo no estaba bien. –Esto es el final –dijo el doctor. Él calló y luego bromeó con sarcasmo. Al rato estábamos tomando café… Pasamos buenos momentos, muy buenos. Hablábamos con fluidez. -¿Qué has empezado a pintar? –Estoy manchando un lienzo -me decía. Creo que mi opinión era importante para él. –Veo poca luz aquí. –No me gustan esas sombras. –Define un poco más las jardineras. Y él lo hacía. Salíamos de paseo. 

Le gustaba mucho andar. Decía que tenía que hacerlo una hora por la mañana y otra por la tarde. Recuerdo que almorzábamos juntos. “Los girasoles” era una casa de comidas con menú casero. Yo le decía que algún día podíamos cambiar de sitio, pero a él siempre le gustó la rutina y era muy estricto en los horarios. Luego el café. Tranquilos en la habitación de la pensión donde residió sus últimos años. En esa habitación compartimos momentos muy intensos y profundos. También divertidos. Me gustaba cambiar de sitio sus cuadros que decoraban el cuarto. Me sentía indefenso, sin poder hacer nada por él. Pero era lo que quería y realmente pienso que fue feliz en su soledad. Y sé que nos quería, a su manera, pero nos llevaba dentro.

Recuerdo el día de la inauguración. Pertenecía a una asociación cultural de pintores aficionados. Mejoró mucho gracias a su maestro y el apoyo de sus compañeros. Fue en el Centro artístico. Era una sala grande, muy iluminada, cuyos balcones daban a una de las calles más céntricas de la ciudad. Recorrimos la sala y él me iba describiendo y contándome los detalles de los cuadros de sus compañeros. Unas críticas eran buenas… otras malas, pero siempre respetando el estilo de cada uno. Sí, me abrió los ojos. No sé por qué. Un día me dejó La ruta de Don quijote de Azorín. Quizás… empezó ahí. Me interesaron sus libros, sus autores, autores clásicos casi siempre, obras maestras que siempre perdurarán en la historia. Libros difíciles de leer y complejos de comprender pero que te enseñan a vivir la vida de otra manera, conocernos a nosotros mismos y comprender por qué estamos aquí y hacia dónde vamos. Sí, siempre fue un buen padre, cierto que no fue de los que juegan al futbol con sus hijos, de los que repasan los deberes juntos, de los que hablan abiertamente, pero estuvo ahí, con nosotros. Nunca nos faltó de nada y sentía nuestros triunfos y nuestros fracasos. Sólo al final llegamos a crear un pequeño círculo íntimo donde se dejaban aflorar algunos sentimientos. Ahora, después de un año sé que nunca es tarde, que nunca fue tarde. Ahora lo sé.


                                                                              J.C. Llamas   Mayo de 2010